Un famoso maestro se encontró frente a un grupo
de jóvenes que estaban en contra del matrimonio. Los muchachos argumentaban que
el romanticismo constituye el verdadero sustento de las parejas y que es
preferible acabar con la relación cuando éste se apaga, que caer en la
monotonía del matrimonio.
El maestro les dijo que respetaba su opinión,
pero les relató la siguiente historia: Mis padres vivieron 55 años casados. Una mañana mi madre
bajaba las escaleras para prepararle a papá el desayuno y sufrió un infarto. Mi
padre como pudo, la subió a la camioneta y a toda velocidad, sin respetar los
semáforos, la llevó al hospital. Cuando llegaron ya había fallecido.
Durante el sepelio, mi padre no habló, su mirada
estaba perdida, casi no lloró. Alzó la voz y con una mirada vidriosa dijo: No
discutan conmigo por favor, no discutan con el hombre que acaba de perder a la
que fue su esposa por 55 años.
Se produjo un momento de respetuoso silencio.
Mi padre la acarició, oró y nos dijo a sus hijos
que veíamos la escena conmovidos: Fueron 55 buenos años... ¿saben? Nadie puede
hablar del verdadero amor si no tiene idea de lo que es compartir la vida con
una mujer así.
Cuando mi padre terminó de hablar, mis hermanos y
yo teníamos el rostro empapado de lágrimas. Lo abrazamos y él nos relató el
siguiente verso de la Biblia:
“El que ama tiene paciencia en todo, y siempre es
amable. El que ama no es envidioso, ni se cree más que nadie. No es orgulloso.
No es grosero, ni egoísta. No se enoja por cualquier cosa. No se pasa la vida
recordando lo malo que otros le han hecho. No aplaude a los malvados, sino a
los que hablan con la verdad. El que ama es capaz de aguantarlo todo, de
creerlo todo, de esperarlo todo, de soportarlo todo” 1ª Corintios 13:4-7
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